Esta entrada está dedicada a una cocina muy especial. Fue reciclada por su dueña, o sea mi mamá, con la ayuda de mi papá, entre febrero y marzo de este año. Es la cocina que pertenece a su taller, sobre el cual ya escribí en alguna otra ocasión.
No tengo fotos anteriores, pero era oscura y predominaba el color marrón.
Yo fui siguiendo el proceso de cambio a la distancia, imaginándome cómo estaría quedando hasta que finalmente pude verla con mis propios ojos el último fin de semana largo y, por supuesto, no pude resistirme a jugar un poco y colocar manteles y algunos otros detalles para sacar fotos.
Es una cocina de estilo campestre, rústica, que sólo fue intervenida pintando paredes y muebles. La gama de colores elegida fue: blanco para las paredes, aguamarina en los muebles y, para las mesadas, un... azulino... inventado por la autora de este reciclaje.
Decorativamente, abundan objetos vintage... como la cocina...
También la repisa luce objetos de otros tiempos...
Pienso que vale la pena mostrar todos los rincones, quedó una cocina para vivir y lucir...
Mesa lista para tomar un rico té acompañado con torta (cosa que, por cierto, no sucede jamás en el taller, jejé)
Me enamoré de este rincón donde se derrama tan generosamente la luz del sol tibio del invierno.
Hay momentos en los que es mejor dejar el pincel y que un postigo descascarado sea protagonista.
Giro con la cámara y capto el último rincón de esta cocina...
la balanza que solía usar papá en el campo...
la máquina de coser de la abuela...
unos cacharros...
En este lugar no se escatima en recuerdos y tampoco... en pequeñas cosas creadas por manos amorosas que tejen, cosen, pintan...
El resultado está a la vista.